sábado, 20 de marzo de 2010

De paria a Daria


Era una tarde como cualquier otra tarde para 2 amiguis sin dinero: una tarde sombría, con un aire cargado de hambre y de soledad. Era viernes, pero no era cualquier viernes; no, era el viernes de un fin de semana-puente. A muchos cientos de kilómetros de nuestras respectivas progenitoras (y de sus benévolas carteras), la idea de un fin de semana largo era más que aterradora, ¿que por qué? Ah, la respuesta es sencilla: estómago vacío, bolsitas para lágrimas llenas, exámenes tortuosos y cuenta bancaria con $15 no dan un panorama muy brillante que digamos; era viernes ya casi de noche y sólo había dos dígitos en la cuenta...
Si bien dice mi madre que no hay alma más cándida que una sin dinero: ahí estaban esas 2 almas, caminando, para quemar las calorías que les hacían falta [no tráibanos ni pa'l camión, luego de comprarnos unos tamales carísimos], y justo caminando me llegó la inspiración, me cayó el veinte de que era mejor gastar mis últimos centavos en un boleto para ir a ver a mis papás y hermanos ese fin, pues "Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre" (Lc. 15: 17). Así, que de regreso de comprar el boleto de mi amiga, llegamos a un cajero, para sacar mis centavos y comprar el mío; la convencí de que activara su tarjeta vacía, y ya en eso le digo... "Consulta tu saldo, ándale..." y estábamos lamentándonos de nuestro poco dinero (otra vez), y le dije de broma: "Y nada que ahorita sale: $24.000" y, no se atrevía a darle "aceptar" para ver su saldo... y en la pantalla apareció un mensaje de "Se está procesando su solicitud", y por segundos que resultaron eternos, permaneció; pero de pronto, aparece la fantabulosa cantidad de $23 800. Dice ella que no podía creer tanto dígito en su saldo, jajaja empezamos a brincar y a gritar como posesas [por cierto, estábamos en una tienda departamental, así que sobra decir que la gente nos empezó a mirar con extrañeza, y que la fila de gente esperando a usar el cajero creció exponencialmente]. Y luego, fue mi turno de consultar nuevamente mi saldo, y volvimos a gritar y a brincotear, ¡qué superflua y vana felicidad la mía!
Ah, pero nos aguantamos y no lloramos en la ruta de regreso a nuestras respectivas casas, para hacer maletas y emprender el vuelo [está bien, pero lloré ya en el camión a mi terruño querido].